Acabo de vivir una escena preciosa.
Regreso al hotel, situado en el casco antiguo de La Laguna, después de tomar unas tapitas con VMC y R, su mujer. Y unos vinitos, todo ayuda.
Llego a la plaza silenciosa entre el edificio central del hotel y el edificio donde resido. Me cruzo con un viejito dando pasitos cortos apoyado en un bastón. Son las 23 horas canarias. Creo que está desorientado, porque parece que mira atrás, da media vuelta, vuelve a girar y da unos pasitos de nuevo. No hay nadie más.
Le pregunto,
– Buenas noches, busca usted algo? Le puedo ayudar? Y me dice:
– No, estoy mirando si todavía están haciendo obras… frunce el ceño molesto por los trabajos.
– Por la mañana no me dejan dormir.
– Y dónde vive usted? Pregunto.
– Ahí, en ése balcón.
Me parece extraño porque según mis cálculos la plaza está circunscrita por el hotel.
– Y dónde vive usted? Me pregunta.
– Ahí, en el hotel.
– Sí, pero en qué habitación? Me pregunta.
– Hombre, a una señora no se le pregunta en qué habitación reside. Río.
– Bueno, no… es que por la mañana se ponen a hacer ruido a las ocho. No es que yo me levante a las 11, pero tan pronto…
Molesto, algo enfurruñado cuando piensa en las obras, da unos pasitos más.
Yo amago de irme.
– Bueno, buenas noches… gracias por la conversación. Le respondo:
– Sí, buenas noches, y perdone (me refiero a la posibilidad de haber sido brusca respondiendo).
– No, qué le voy a perdonar. Si precisamente tiene usted una gran simpatía.
Y me voy con las tapitas, los vinitos y el corazón más que contento.