Tras regresar de Lisboa y, después de haber tomado un café en A Brazileira, inevitablemente recuerdo la historia de Manuel Vicent sobre la historia de la Virgen de Fátima. Escribo lo que queda en mi memoria.
La historia la cuenta un periodista y empieza cuando, subiendo por el largo del Chiado ve a una anciana que camina con pasitos cortos y ligeros. La sigue hasta que entra en A Brazileira. Él entra más tarde y la ve al fondo, tomando un chocolatetras una nube de vaho.
Se le acerca y le pregunta si le importa compartir la mesa. Ella acepta. Al poco, él le pregunta: “Señora, ¿es usted la Virgen de Fátima?” y ella responde: “¿Cómo lo sabe?” y añade: “¿Es usted periodista?”. “No, señora, soy un devoto.”
Entonces ella le contó su historia. “Yo nací en Inglaterra, donde me llamaba Mary Thompson*. Siendo muy jovencita me enamoré profundamente de un portugués llamado Antonio de Oliveira* que había ido a Londres a estudiar topografía. Él también de mí; así que me pidió en matrimonio y nos casamos. Perdí mi virginidad en el viaje en barco de Southampton a Lisboa.
Mi marido trabajaba para una empresa que construía carreteras así que estábamos instalados en una tienda de campaña en la campiña del centro de Portugal. Mientras Antonio salía de buena mañana para tomar medidas, yo me paseaba por el campo observando la naturaleza. En aquel momento yo solía llevar vestidos claros con mantos de colores, para protegerme del sol o de la lluvia. Y, con mi pelo rojo, contrastaba enormemente con las mujeres portuguesas del campo, que vestían de negro.
Recuerdo una tarde de paseo que me sentía resplandeciente porque la noche anterior habíamos estado haciendo el amor muy intensamente. De repenterompió a llover, y corrí a subirme a una encina para protegerme del agua. Como el refugio no era incómodo, me venció el sueño y me adormecí.
Me despertó un rayo de sol que me daba en la cara y al ir a bajar del árbol, me di cuenta que había tres niños que me miraban asombrados. Les saludé, empezamos a hablar. Me preguntaron como me llamaba. Yo les dije: “María”, porque para aquel entonces ya había traducido mi nombre. Hablamos de diversas cosas, pero sobre todo del horror de la guerra que asolabaEuropaen ése momento y de las ganas que teníamos que regresara la paz.
Como nos habíamos sentido a gusto, quedamos para volvernos a ver. Y nos vimos durante un tiempo hasta que mi marido terminó el trabajo y regresamos a Inglaterra por un tiempo. Y después de unos meses, al volver al lugar, cuál no sería mi sorpresa al darme cuenta de que la encina se había convertido en un centro de peregrinación de miles de personas.
Jamás dije nada porque, al fin y al cabo, soy muy devota de la virgen de Fátima.”
* No recuerdo los nombres que puso Vicent.