Componte, mesita

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Érase una vez un hombre muy pobre, que tenía mucha familia. Y, cómo no tenía con qué mantenerla, un día salió de casa a ver qué encontraba en el camino.

Al pasar cerca de casa de un vecino, éste le preguntó: -“¿A dónde vas, compadre?” -“Voy a ver qué me encuentro por el camino, compadre”. Respondió. Y siguió caminando.

La mesa

Tras caminar unas horas se le apareció un hombre anciano, vestido pobremente, que le dijo: -“¿A dónde vas, buen hombre?” -“Pues, como soy pobre y tengo mucha familia que alimentar, he salido de casa para ver qué encuentro por el camino.”

– “Pues mira,”- contestó el anciano -“como eres una persona honrada, te puedes llevar esta mesita. No es una mesa cualquiera. Cuando tengas hambre, le dices ‘componte, mesita‘ y la mesita se llenará de manjares”. El buen hombre lo probó, y, efectivamente, la mesa quedó llena de comida.

De regreso a casa, al pasar por delante de casa del vecino, éste le preguntó: “¿Qué tal, compadre? ¿Cómo ha ido la búsqueda, has encontrado algo interesante?” “Sí, compadre.” Le respondió. “Un anciano me ha dado una mesa mágica. Ya verás.” -“Componte, mesita”, dijo el buen hombre, y la mesa se llenó de tantos manjares, que comieron los dos opíparamente.

“Vecino, como se ha hecho tarde, es mejor que te quedes a dormir; no fueran a asaltarte los bandidos y te quedaras sin esta valiosa mesa.” Mientras el buen hombre dormía, el vecino le cambió la mesa por otra igual. A la mañana siguiente, el buen hombre se puso en camino, con la falsa mesa.

Cuando llegó a casa, su mujer le dijo: “¿Qué traes, marido, una mesa vieja? Si la que tenemos es mejor y no tenemos con qué llenarla. En una mesa vacía que no vale más que para madera, nuestros hijos no tendrán que comer.” El buen hombre respondió: “Mujer, espera antes de hablar. Verás, esta mesa es prodigiosa.” Se giró y dijo “Componte, mesita.” Y la mesa, nada. Sin inmutarse. Volvió a decir las palabras mágicas, pero la mesa ni se inmutó. La mujer se enfadó tanto, que cogió la mesa y la lanzó al fuego.

La burra

Al día siguiente, el buen hombre se volvió a poner en camino, para encontrar algo con que alimentar a sus hijos. Al pasar por delante de casa del vecino, éste le volvió a preguntar: “¿A dónde vas, compadre?” “Voy a ver qué encuentro por el camino, para ver si puedo alimentar a mis hijos, compadre.” “Pues que tengas buena suerte en la búsqueda, ya me contarás.”

Y el buen hombre siguió caminando, hasta que volvió a toparse, horas después, con el mismo viejo que se había topado el día anterior. “¿A dónde vas, buen hombre?” “Voy a buscar algo para dar de comer a mis hijos.” “¿Y la mesa que te di ayer?” Preguntó el anciano. “Me la robaron, y vuelvo a tener que buscar algo para que mis hijos se lleven a la boca.” Respondió el buen hombre.

“Mira, buen hombre, ¿ves aquella burra? Pues, llévatela, cada vez que le digas ‘caga, burrita‘ tendrás monedas de oro.” “Muchas gracias, buen anciano. Salva usted la vida de mis hijos.” “Que tenga un buen camino, y cuide de los bandoleros, que suelen estar en los lugares más insospechados.”

El hombre, con la burra atada de una soga, pasó frente a la casa del vecino, antes de llegar a la suya. “¿Qué tal, compadre? ¿Cómo ha ido el camino?” “Muy bien, compadre, fíjese usted en esta burra.” Y, girándose a la burra, le dijo “Caga, burrita.” Y la burrita echó monedas de oro. “Compadre, vamos a beber para celebrar que has dejado de ser pobre. Tus hijos ya no pasarán más hambre.” Y estuvieron bebiendo un buen rato.

Al atardecer, el vecino le sugirió al buen hombre que se quedara a dormir para evitar el asalto de los bandoleros en la noche. Y, mientras el buen hombre dormía, el vecino le robó las monedas de oro y le cambió la burra mágica por otra.

Al llegar a su casa al día siguiente, la mujer le preguntó. “¿A dónde vas con esta burra? Si no tenemos comida para nosotros, ¿cómo vamos a alimentar a la burra?” “Mujer, no seas desconfiada, que se trata de una burra mágica. Ya verás: “caga, burrita!” dijo el hombre. Y la burra, impasible. Nada. El hombre repitió: “Caga, burrita” Y nada. A la tercera vez que le dio la orden, la burrita cagó, sí. Pero sin ninguna magia. Y la mujer repartió palos entre la burra y el marido.

La porra

Al tercer día, el buen hombre se puso en camino. Volvió a cruzarse con el vecino. Y, más adelante se encontró de nuevo con el anciano. Cuando le contó la situación, el anciano le dio un saco con un madero dentro. Le dijo: “Cuando la necesites, dile ‘porra, sal’ y cuando creas que ha habido suficiente le dices: ‘porra, al saco.’ Haz un buen uso de ella.

Al regresar, camino de casa, se encontró al vecino, que, de nuevo, le preguntó: “¿Qué tal, compadre? ¿Cómo ha ido el camino?” “Muy bien, compadre, esta vez el anciano me ha dado este saco. Ahora verá.” Respondió el buen hombre. Y añadió: “¡Sal, porra!” Y la porra empezó a dar palos al vecino.

El vecino, empezó a gritar: “Ay, ay, pare la porra; ya le devuelvo la mesa y la burra.”

El buen hombre, enfadado, tomó la mesa y la burra, y se puso camino de su casa agarrando el saco fuertemente. Al llegar a casa la mujer le dijo: “¿Otra vez una burra y una mesa? Si no tenemos para dar de comer a nuestros hijos.” “Calla mujer.” Y se giró y ordenó: “Componte, mesita.” Y la mesita se llenó de suculentos manjares.

Después de que comieran todos, la mujer preguntó: “Y, ¿qué haremos con la burra?” El buen hombre se giró y ordenó: “Caga, burra”. Y la burra echó un chorro de monedas de oro. La mujer las cogió muy contenta. “Y, ¿el saco?”, preguntó. El saco lo guardaremos de momento, para cuando sea necesario.

Este cuento se lo oí a mi generosa tía abuela Trinidad Rodríguez Romero que nos lo contó innumerables veces a varias generaciones.
De ella es la versión (o lo que recuerdo) que difiere en algo de la recopilación de
A ver qué me da Dios, pàg. 119 en Cuentos de cuanto hay. Tales of Spanish New Mexico. Collected by José Manuel Espinosa. 1998. University of New Mexico Press.

Componte, mesita; otras versiones (06/02/2013)

Fotografías: wikimedia commons